En días como hoy, en momentos como este, me resisto a volver a ese mundo que ni se toca ni se huele; a ese espacio donde a veces no se puede ni escuchar.
En días así, mientras pongo a prueba hasta el límite la flexibilidad del domingo, me aferro a este boli negro, al cuaderno de tapas duras forradas de tela roja en el que escribo, al libraco de casi setecientas páginas que me sirve de escritorio. Y navegando sobre esta tabla de náufraga, sólo quiero que me sature los oídos el ronroneo próximo, que me cosquillee el pelaje suave y gatuno; sólo quiero prestarme, en cualquier sentido o en todos ellos, a lo que pueda tocar, oler, gustar, escuchar o ver dentro de esta habitación.
En días así, sólo puedo querer que este mundo de carne y hueso dure siempre... y que los días como mañana dejen de existir.
(Escrito por el método tradicional de la tinta y el papel poco antes de la medianoche del 21 de marzo, recién estrenada la primavera)