miércoles, 9 de abril de 2008

Danza

Hoy he visto una gaviota, no sé si patiamarilla o argéntea, pero sin duda patiúnica. No coja, sino con una sola pata y sin rastro de muñón. Estaba sobre uno de los pilares unidos por gruesas cadenas que separan el paseo del mar cerca del castillo de San Antón y he tenido que dedicarle varias miradas incrédulas antes de convencerme de que era sólo una pata delgada la que sostenía aquella quilla liviana y casi gris. La gaviota miraba al mar, elegante y digna sobre su única pata como una bailarina en equilibrio sobre la punta de un pie, y a los pocos segundos de tenerme allí maravillada echó a volar, ágil como cualquier gaviota bípeda, mientras yo esperaba ingenua que diese una vuelta y regresase a aquel pilar frente a mí o al de al lado y ella, en cambio, se esfumaba tras la fortaleza achaparrada.
La de la foto no es ella, claro, pero si tuviese su imagen, ¿qué haría yo con mis ciento y pico de palabras con que la describo como si la hubiese soñado?

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