domingo, 28 de diciembre de 2008

Serás tenido por un igual

Guinea Conakry, 13 de octubre [de 2002]

Si llegas, extranjero, en la tarde hasta Kolouma, aquí, a orillas del río Makoná, cansado, pobre y desconocido, nadie permitirá que duermas al raso. Pega la hebra con el primero que encuentres. A esa hora vuelven los hombres de la selva y te ofrecerán vino de palma fresco, la savia de la palmera, para que calmes tu sed. Aquel que te acoja será llamado tu tutor, esa noche dormirás en su casa y comerás su arroz. A la mañana siguiente él te llevará hasta el jefe de la aldea. Le contarás de dónde procedes y por qué abandonaste tu tierra. Si eres hombre de bien, y lo eres, se te dará un lugar en el pueblo donde podrás levantar tu casa haciendo ladrillos del barro, y serás tenido por un igual.
Pasado algún tiempo deberás internarte en la selva buscando nueces de kola. Aquí, en el País Lomah, las nueces de kola presiden cualquier acto solemne: no se puede pedir a una mujer en matrimonio o el perdón por una ofensa sin ellas. Cuando hayas juntado una docena volverás a ver al jefe de la aldea. Tras ofrecérselas le pedirás que, en nombre del pueblo, te conceda un campo para que puedas sembrar tu arrozal año con año y te sustentes de tu trabajo. Él consultará con los notables y se te entregará un terreno. Y así vivirás en paz.
En Kolouma no hay nada: ni agua, ni luz, ni teléfono, ni dinero; sólo cabañas, polvo y carestía. Pero ten por cierto que si, hambriento y solo, alcanzas este sitio, los aldeanos desmigarán esa nada y la partirán contigo, dignamente, pues ésa es la ley que heredaron de sus padres, y éstos de los suyos.
Si llegas, extranjero, en la tarde, hasta las costas de Europa, cansado, pobre y desconocido...- G.S.-T.

El silencio de Dios y otras metáforas
Alfonso Armada y Gonzalo Sánchez-Terán

Gracias, Paula.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Otra vez la AP-9

El otro día me pusieron una multa. Me llamó mi hermano, el propietario oficial de mi coche, para decírmelo. Se rio de mí lo que quiso.
-Ibas a 138 por la AP-9 a la altura de C-Crecente, kilómetro 86 -creo que dijo-, a las 13.48... Y no digas que no porque se ve muy clarita la matrícula en la foto del radar.
Y yo me reí con él:
-Pues si era a esa hora que la pague mamá, que seguro que yo iba apurada para llegar a comer.
Ayer, después de la comida de santa Conchi, que es mi madre, le di a mi hermano los 70 euros de la multa -100 euros menos el 30% de bonificación por pronto pago- para que me los ingresase él en el banco.
Poco después, cuando repartía besos antes de meterme de nuevo en la AP-9 de regreso a A Coruña, mi cuñada, que es muy madre, me devolvió el beso con un "Vete con cuidado" y mi hermano se apuró a apostillar:
-Y no pases de 120... -se rio otra vez de mí.
No fue por hacerle caso, pero lo cierto es que, como venía sin prisa y escuchando musiquilla tranquila, mantuve el pie a raya y sólo me pasé del límite de velocidad por despiste. Al llegar al kilómetro 85, más o menos, iba así, a 120, y cantaba una canción de Jarabe de Palo. "Hay dos días en la vida para los que no nací...", entonábamos Pau Donés y yo a esa altura. Pero enseguida tuve que callar al ver en la curva que tenía a 50, a 100 metros un extraño baile de luces que me puso rígida en el asiento. Levanté el pie del acelerador y tuve la certeza de que ese accidente -no podía ser otra cosa- era mi accidente. No sé si frené o no, ni recuerdo por qué carril circulaba cuando los coches chocaron, lo único que tengo grabado es que yo iba por la izquierda cuando me encontré de frente con un coche parado, un coche que parecía más bien un cubo de metal sin ninguna luz. Me cambié de carril y enseguida escuché un frenazo detrás, como de otro coche que trataba de reaccionar a lo imprevisto.
Creo que fue después de esquivar el coche accidentado cuando bajé el volumen de la música para poder concentrarme en todo aquello; quizá fue al intuir el choque, no sé. Lo que recuerdo es que antes de sentirme a salvo, vi otro coche más en el arcén y, aunque no sé por qué razón, pienso que había todavía un tercero. Y los tres parecían piezas de desguace, sin personas dentro.
Aún tardé unos segundos en darme cuenta de que aquel accidente no era mi accidente. Cuando estuve segura de que era así, mis nervios se rompieron en un sollozo, en dos, en unos cuantos más.
Llegué a A Coruña con temblor en las piernas. En los brazos también. Y durante todo el camino no pude dejar de pensar en que si hubiese ido a 138 quizá no pudiese escribir esto.
O quizá sí.