miércoles, 29 de octubre de 2008

Deporte de masas

Tengo gastada la puntera de mi bota negra izquierda. La derecha también, pero menos. Entre ayer y hoy he jugado todo el fútbol de mi vida. Y he practicado a darle con la punta, con el empeine y con el interior del pie. No lo he hecho mal, pienso. Ayer, en mi debut, le di un pisotón a Martín en el pie izquierdo. Para quitarle hierro le dije:
-¡Hala! Con ese pisotón, ahora sólo tienes cuatro dedos en el pie.
Sin pensarlo más, se sentó en el suelo de cemento y empezó a sacarse la bota.
-No, tía. Tengo cinco- dijo muy serio.
Tuve que contarle los dedos uno a uno por encima del algodón del calcetín para evitar que se lo quitase e hiciese asomar los dedos al frío, vivitos y coleando.
Hoy he intentado afinar más el tiro y los pasos, pero ayer todavía tuvo que aguantar estoicamente un balonazo en el culo y otro en la mejilla izquierda.
Y aún no ha cumplido los cuatro años.

domingo, 26 de octubre de 2008

Punto y aparte

Pensé que el trance no tenía hierro y por eso no intenté quitárselo. Pero cuando, franqueada ya la puerta, me he puesto a hacer la cuenta de cabeza -ocho años, dos meses y dieciocho días- me he dado cuenta de que sí lo tiene. En el mismo tiempo -ocho años- pasé de niña que aprendía las letras a adolescente que hacía raíces cuadradas -ya ni me acuerdo de lo que es eso-. En la mitad de tiempo me convertí en universitaria a 800 kilómetros del ala maternopaternal. En otros cuatro acabé convertida en licenciada sin norte ni trabajo. En unos meses me zambullí en un mercado laboral incierto del que salí más o menos a flote muy poco después y desde entonces...
...desde entonces han pasado ocho años, dos meses y dieciocho días en los que he aprendido casi todo lo que sé, aunque no será eso lo que me haga humedecer los ojos. No serán tampoco los centenares de noticias, reportajes, entrevistas que llevan mi nombre ni tampoco los centenares que he hecho sin firmar. Hace un rato me he puesto a pensar si habría algo que podría hacerme derramar una lágrima y me he respondido que no. Algo no. Podría conseguirlo alguien, alguienes. La historia humana que dejo hoy atrás es la que me tiene el corazón encogido. No porque no vaya a ver a los que más quiero -los sigo viendo aunque la mayoría han pasado ya por este trance que me toca a mí hoy-, sino por todo lo que he vivido con ellos y con otros muchos bajo la misma cabecera. Hoy he dejado de trabajar en La Opinión y me siento bien. Pero si al final, cuando esté desprevenida y pensando en otra cosa, se me escapa una lágrima a traición, será por ellos. Será por mis compañeros de todos estos años.

El tesoro de las flores violeta

He robado esta foto. Ya sé que está feo, pero no tiene por qué salir de aquí. No tengo tiempo de escribir. Sólo diré que en Pampore, en la castigada región de Cachemira, crecen como si fueran piedras preciosas estas flores violetas con corazón de azafrán. Los habitantes de Pampore creen que su tierra es mágica porque el azafrán es un cultivo que se digna a brotar en muy pocos puntos del planeta. Seguro que tienen razón.

Volveré un día de estos. Palabra.

domingo, 19 de octubre de 2008

Un sueño

Esta noche pasada soñé con un cuervo; con un cuervo enorme y negrísimo. Yo estaba en una explanada donde había un palco. Era un palco sencillo, como una gran caja de cartón dada la vuelta, y mientras alguien -no recuerdo quién- hablaba desde arriba y todos en el público seguíamos sus palabras, el pájaro negro se posó justo detrás del orador, al que sacaba más de un metro de alto. De perfil a los espectadores como estaba, el ave extendió una de sus alas, como para mostrar su formidable envergadura, y sus plumas brillaron entonces como cristales negros. La imagen nos dejó a todos maravillados, pero antes de poder pensar en el origen de aquel prodigio, el pájaro alzó el vuelo. Lo vimos dar una vuelta o dos sobre nuestras cabezas y luego caer muy cerca de nosotros, muerto. Derribado en el suelo, el cuervo no era más que un gran montón de plumas y yo me lancé a coger una como quien trata de atrapar una cuenta de un collar precioso que se deshace en el suelo. No sé qué hicieron los otros, pero yo sé que me puse a rebuscar en aquel cuerpo que parecía un árbol caído. Agarré una, dos, tres plumas, estrujé cuatro, seis, diez, pero ninguna era ya negra ni brillante. Se habían vuelto todas grises y apagadas, como si con la vida el cuervo hubiese perdido también el alma.

Quién hallara a José, el amado hijo de Jacob, el interpretador de sueños...

jueves, 16 de octubre de 2008

El gran seductor

La foto (de Carlos Pardellas, portada hoy de La Opinión) no necesita comentario. Me quedo aún así con el de Marcos Sanluis en El túnel.

lunes, 13 de octubre de 2008

Con los pies en la arena

Yo hoy, como Paula, estoy muy poco elocuente y las pocas palabras que me salen son malas palabras. Pero necesito dejar constancia de que hoy estoy así. Es lunes; largo, aburrido, un lunes sin sol. Y hoy, justo hoy, el día que, por ejemplo, me he acabado de leer un librito simpático y comprometido que se llama Made in Galiza, me ha llamado al trabajo, también por ejemplo, una conocida para invitarme a entrevistar a algún representante de la Mesa por la Libertad Lingüística. Malas palabras se me han juntado en la garganta, aunque no las he dejado salir. Pero ahí estaban, pidiendo guerra, poniendo la guinda al lunes aburrido. Es sólo un botón de muestra, como digo.
Y ahora, a estas horas, tres cosas -sólos tres cosas- pueden salvarme el día: nadar y recordar que los peces no son asalariados ni están nunca aburridos; tumbarme y sentir unos dedos amorosos que van deshaciendo la rigidez que me acartona el cuello; o descalzarme y hundir los dedos de los pies en la arena, a medio metro sólo del mar. A esta hora y por circunstancias diversas que no voy a detallar -unas por obvias y otras por íntimas-, las tres cosas me resultan imposibles y he tenido que buscar una solución de emergencia en dos pasos:
1). Crear un momento Chopin, que no es otra cosa que dejar que las teclas amorosas de los nocturnos de Chopin me martilleen delicadas -como los peces de río que se acercan a mordisquear los pies- desde la nuca hasta los hombros (a quien se atreva a hacer un comentario le regalo una copia de los Nocturnos de Chopin interpretados por Claudio Arrau. Palabra)
y 2). Rescatar la foto del caminante y conquistador de esa orilla. Me lo encontré una mañana de hace poco y doy fe de que todas las huellas de la playa -tan bien alineadas, tan limpias en la arena- eran suyas. Yo en la playa -no en la suya, que es la de San Amaro, sino en la mía- no corro, sólo camino, pero, mientras escucho el piano que ya -¡ya!, sí, Chopin es mágico- ha convertido en una articulación flexible mi cuello mártir y veo esa foto, siento ese masaje infinito que sólo la arena sabe hacer en los pies. ¿Exagero? ¿Sigo con la cursilería otoñal? Sólo quien no lo ha probado se atrevería a ofender así. Si Chopin es mágico, la arena es abracadabra, lo juro. Podría intentar describir lo que hace, pero ya he dicho que hoy no tengo palabras buenas.
Que descanséis. Que descansemos todos. Con magia potagia si es preciso.

sábado, 11 de octubre de 2008

Pingüinos de temporada

Los pingüinos están de suerte. Amancio Ortega se ha fijado en ellos. Con los cuadros escoceses, las blusas de estilo romántico y los pantalones masculinos de cintura alta, los pingüinos son tendencia esta temporada. Lo son, al menos, en una de las marcas del imperio; lo son por unas semanas; con un poco de suerte por unos meses. Pero aunque sea efímero -¿qué sería de Inditex si vendiese cosas duraderas?-, durante ese tiempo no nos hará falta pensar que este planeta se agota, que los niños del futuro no usarán lápices de colores para pintarlo, sino sólo para soñar lo que fue.
Gracias a Amancio Ortega esta temporada podremos comprar conciencia ecológica y habremos cumplido ya con este mundo. Nos bastará con poner el corazón en la cartera y con vestirnos luego nuestra camiseta salvapingüinos, con sus copitos de nieve, el día que el cuerpo nos pida ese estilo ecologista, como otras mañanas nos reclama un look sofisticado o roquero o vintage u hortera ochentero.
Gracias a Inditex los pingüinos tendrán valedoras en todas las esquinas del mundo civilizado, al menos esta temporada.
La próxima sería bonito que se llevase salvar a un niño de África. Ya empiezo a imaginarme la camiseta.

(Actualización: Parece que los pingüinos están en peligro. Lo pone aquí)

martes, 7 de octubre de 2008

El otoño, por fin

He resistido días y días con las sandalias en los pies, ansiosa de que llegase el otoño, pero negándome a vestir otra vez los dedos para aplazar el placer de sentir ese bienestar de nuevo. Hoy, que se ha pasado media madrugada lloviendo sonoramente para ahuyentar los gritos de borrachos y juerguistas bajo mi ventana, hoy que la mañana se ha abierto azul, tibia gracias al sol inesperado, me he puesto botas, por fin, y he sacado a pasear mi paraguas violeta. El paraguas no lo he abierto, claro, pero he dado por inaugurada, también por fin, la estación, mi estación. En el cuadernillo del bolso, que no es verde, anoté hace unos días las cosas que debía escribir aquí para bendecir el otoño y aunque es una lista incompleta y ramplona la anoto:
-El otoño me desborda los ojos con la lluvia, las hojas doradas, el mar plomizo y bravo.
-Me humedece el paladar porque trae consigo castañas, manzanas verdes, naranjas ácidas, caldos, sopas, ganas de estar acurrucadita en casa.
-Me repica en los oídos por la lluvia, de nuevo; tañe el Día de Difuntos, tan apacible, tan raro; resuena como el viento entre las hojas de los árboles, como hojas de libros suspendidos en las ramas, como campanas.
-Me cosquillea en la nariz con su olor a tierra, a hierba mojada, con su olor a puchero, a chocolate espeso y a calor de casa.
-Me estrecha entre lanas, me oculta bajo el edredón de plumas, me dice de dónde vine, una mañana de sol, en noviembre; me dice a dónde voy, como ese hombre tranquilo de la foto, con su perro en la playa.
-El otoño me...
...perdón, me acabo de dar una palmada en la frente y ya he reaccionado.
-El otoño, perdón de nuevo, me llena las teclas de cursiladas.

sábado, 4 de octubre de 2008

Cicatrices

Ayer vi a una mujer que tenía un solo pecho. Estaba desnuda, a pocos metros de mí, y yo me la quedé mirando con la atención suspendida, conmovida, casi fascinada, pero con ojos discretos para que no sintiese lo que no debía sentir. Porque no me salió mirarla como quien mira lo raro, lo deforme, lo anormal, sino como quien camina por un bosque y descubre, al oír un aleteo, un ángel, un hada, un unicornio; como quien avanza por la vida y percibe -no sabría decir dónde- algo sagrado; como quien al entrar en el cuarto de un legendario guerrero se lo encuentra con el torso desnudo y lee en las cicatrices de su pecho, en la imperfección de su piel repujada, las pruebas indiscutibles de su valor. Aquella mujer que debía de rondar los setenta años estaba allí, bajo el chorro de la ducha, sin vergüenza ni pudor por su cuerpo mutilado, sin la mínima intención de querer ocultarlo en alguna de las cabinas que tenía a apenas un metro de distancia ni de castigar con una mirada dolorida a quien la acechase con ojos impúdicos. Y al saberla así, tan digna, tan valiente, sólo pude pensar en cuántas heridas, además de la del pecho, tuvo que haber cerrado antes de mostrar aquel sufrimiento cicatrizado y desnudo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Elogio del atasco

Destacaba Paco ayer entre sus lecturas de prensa atrasada una columna "maravillosa" —suscribo el adjetivo– de Mariluz Ferreiro titulada El tiempo en la que habla de cómo se escapa la vida en ese lento avanzar de los atascos, del atraco que los que viajan en coche oficial están perpetrando contra los que entran y salen por calles gallegas que parecen las de Nueva York y de la facilidad con la que "el gran hombre occidental" se deja robar lo que no se puede restituir: el tiempo.
Pero yo, que me siento positiva ahora que llega por fin el otoño, pienso en ese frenazo de la rutina como un regalo de tiempo, un respiro, unos minutos para pensar en aquello de lo que en otro momento de apuro dije: "Ya lo pensaré"; para escuchar entera esa canción favorita que, de estar las calles expeditas, tendría que dejar a medias; para escribir de cabeza una entrada para este cuadernillo y dejarme llevar por los meandros de una mente liberada por un ratito de la presión de avanzar. No le aconsejo a nadie que se atasque, pero si el engranaje que nos lleva en volandas de día en día se para... habrá que disfrutarlo.
Gómez de la Serna tampoco se lo aconsejó a nadie, a nadie más que a sí mismo. Y se escribió así:

"Querido Ramón:
Sólo tenemos treguas y tenemos que aprovecharlas bien.
(...) Yo recuento los segundos de estos intervalos y hasta cuando veo que el camarero tarda en traer lo encargado me digo: 'Esta espera es una propina de la vida'.
Tú hazme caso y haz como yo, refuerza toda pausa, aumenta la conciencia de vivir en la espera del tren en la estación de paso, dilata tu sentir y tu mirar, recibe la confidencia de los campos aquietados y anclados alrededor del andén y fuera del tiro de las vías, abrillantadas por fatales itinerarios cumplidores -ejecutores- del destino.
(...) Según una teoría lanzada por primera vez en esta carta y del tipo de las de Einstein, es que el tiempo de la tregua tiene larguras de siglos, mientras esa misma cantidad de tiempo en la refriega tiene dimensión de días".