miércoles, 25 de febrero de 2009

Sin nombre

Quiero llamarla
"mentirosa". Me sale
sólo "muerte".

martes, 24 de febrero de 2009

Brotes



Sueñan mis yemas
con ser fecundas igual
que las del árbol.

domingo, 22 de febrero de 2009

Una bruja de dos años

Hoy Lola ha cumplido dos años. Después de este tiempo, podemos afirmar que no es superdotada -teníamos ciertas dudas, como casi todos los padres, tíos y abuelos con respecto a sus hijos, sobrinos y nietos-, que tiene muy mala leche y que es preciosa.
Y que cumpla muchos más...

Propósito de domingo




Voy a ser buena:
solo haré maldades
sin que me vean.






(Ángel negro, de la diseñadora gráfica
Lu Franco, de Uruguay)

sábado, 21 de febrero de 2009

Chapuzón



Agua y cloro
que en azul ahogan
el azufre diario.

viernes, 20 de febrero de 2009

Tercerilla libre y dedicada



No preciso principios.
Para escribir
dadme, por Dios, finales.

jueves, 19 de febrero de 2009

Jugando a los haikus


Lágrima libre
desata el corpiño
del alma rota.

miércoles, 18 de febrero de 2009

De la guerra y los sueños

La noche pasada soñé con la guerra. Yo caminaba vestida de soldado por la calle de la Torre mientras la guerra sonaba a lo lejos -o eso creía-. Al poco tiempo, oí unos disparos más cerca, pero me parecieron de mentira, como los que salen en las películas o en los telediarios, y no hice caso. Los tiros resonaban cada vez más próximos, silbaban sin tocarme, y al girar la cabeza me di cuenta de que iban directos hacia mí y que eran dos soldados, con uniformes tan grises y raídos como el mío, los que me atacaban desde la otra acera. Corrí a protegerme bajo un coche aparcado a pocos metros, pero los soldados enseguida comenzaron a moverse tras de mí. Cuando, agachados, se pusieron a mi altura, yo rebuscaba entre la ropa mi arma -un revólver plateado de vaquero del Oeste- y al fin conseguí empuñarlo contra ellos. Apreté el gatillo una, dos, tres veces y no salía nada, aunque las balas que los soldados no habían cesado de disparar contra mí tampoco llegaban a alcanzarme. Probé a quitar el seguro, como se ve que hacen en las películas, pero ni así. No lograba disparar contra aquellos chicos y ellos no conseguían matarme; quizá ni siquiera querían hacerlo.
Al rato, cuando seguían silbando las balas y había perdido ya de vista a mis atacantes, aparecieron varios grupos más de soldados: todos sucios, grises y vencedores, aunque arrastrando los pies con desgana, como si les pesase su propia victoria. Yo intentaba ocultarme, porque me sabía enemiga aunque todos llevábamos la misma ropa triste y rota del ejército de los pobres. Pero enseguida pensé que si salía con los brazos en alto no intentarían matarme, sino que me harían prisionera, como establecen las leyes de la guerra que rigen en las películas.
Preparando mi rendición y oliendo todavía a pólvora y a escombros de ciudad andaba yo cuando sonó el despertador. Y estaba tan derrotada, tan rendida ya, tan muerta sin tiros, que quise quedarme en mi guerra. Quise quedarme allí, sin dejar escapar aquel sueño, como si esa guerra fuese tan lejana y segura como la de las películas.
Como si doliese tan poco como la de los telediarios.
Como si importase tan poco como la que los telediarios ya ni siquiera dan.

domingo, 15 de febrero de 2009

Felicidad

Marian y Moha, ayer en un bar de A Coruña.

domingo, 8 de febrero de 2009

Valentías

María Antonia Iglesias no me cae tan bien como Ramón Trecet, pero reconozco en ella la misma valentía y pasión por lo que hace que en él. Ayer por la noche la vi un rato en La Noria, de Telecinco, donde dijo una cosa que a mí me enseñaron hace años y con la que ella respondió a quien la acusaba de no ser objetiva. "La objetividad no existe -le contestó a la colega que la había interrogado y que entonces la miraba sin entender-; se puede ser honrado, honesto, pero ser objetivo es imposible". La otra siguió mirándola turulata, como si hubiese oído una excentricidad más de María Antonia.
Después de otras cuantas preguntas y respuestas y de que el presentador hubiese dado paso a los momentos más tensos protagonizados por la entrevistada y otros contertulios del programa, María Antonia Iglesias aún se atrevió a echar de menos el sonrojante enfrentamiento con Miguel Ángel Rodríguez. El video, que ya estaba preparado, volvió a traer a escena en unos segundos el momento en el que la veterana periodista llamó machista y cabrón a Rodríguez cuando éste le preguntó en plena discusión si no se había tomado la pastilla. "Me arrepiento muchísimo", confesó ayer Iglesias -y cito de memoria-, si bien recordó para regocijo del público que Rodríguez amenazó con irse si no retiraba lo de cabrón, pero nada dijo de lo de machista. "Y eso que se lo llamé tres veces", añadió. Y también dijo que tuvo la ocasión de reconciliarse con Rodríguez, de quien fue capaz de reconocer la gallardía con la que había actuado al defender la honradez de la clase política -también de la socialista- ante un chorizo como Luis Roldán. "Para meterse con el PSOE ya estoy yo", recordó María Antonia que bromeó Rodríguez cuando ya, entre bambalinas, sellaron la paz con dos besos.
María Antonia Iglesias se refirió también a la querella que presentó contra Luis del Olmo cuando en una tertulia la llamó "rata sectaria del guerrismo". "Lo de sectaria, vale; lo de guerrista, falso porque todo el mundo sabía que yo soy felipista; pero lo de rata...". Se querelló y se arrepintió de haberlo hecho. "Hice el memo", dijo mientras recordaba el argumento de la juez, que la consideró un personaje público expuesto a la crítica. Pero el tiempo la acabó poniendo cara a cara con Del Olmo, quien tuvo que entrevistarla durante la promoción de un libro sobre los socialistas escrito por ella. "Me hizo una entrevista muy bonita y fue tremendamente generoso conmigo", reconoció María Antonia Iglesias y contó que desde entonces son grandes amigos.
Ella, tan socialista, tan felipista y tan radical tantas veces, recordó que entre esos amigos está también Manuel Fraga y otros muchos del PP y, pasada ya la entrevista, cuando en el debate hablaban del Opus Dei, se confesó de nuevo católica y defendió a Pilar Urbano, con la que más de una vez ha ido a misa, según la he oído decir.
No sé si prefiero a los rojos, los azules o los amarillos; si a los creyentes, los agnósticos o los ateos; si a los federalistas, centralistas o nacionalistas.
Lo único que sé es que, de entre todos ellos, me quedo con los valientes.

viernes, 6 de febrero de 2009

Enredada

El otro día entré en una red social y me quedé atrapada como en la de una araña. Convencida de que aquello no servía para nada, me vi curioseando de unos amigos a otros, de los amigos de mis amigos a los amigos de sus amigos, de éstos a los de más allá y, cuando quise darme cuenta, había perdido muchísimo tiempo y sentía esa vaharada de abatimiento que me arruina el ánimo cuando despilfarro una tarde yendo y viniendo de una tienda a otra o cuando, sin ganas de ver la televisión, se me esfuman horas de sueño haciendo zapping.
Sin embargo, me sorprendió hasta asustarme la facilidad con la que todo el mundo se entera de que has asomado la patita por ahí y lo adictivo que es buscar nombres para encontrar personas. Y, poco a poco, entre la curiosidad y la sorpresa, toda esa maraña virtual comenzó a volverse reveladora.
Resultó, por ejemplo, que porque busqué a Paula me encontró Manu (pasando antes -¡claro!- por Paco, María y Ramón) y gracias a Manu me reconcilié con la que fui hace una década, la última vez que él y yo nos vimos. El recuerdo incómodo que tengo de mí misma en aquel tiempo (con esa timidez que desde fuera me hacía parecer altiva, distante y hasta insolente y que no me ha abandonado del todo) se quedó boquiabierto y desarmado ante el recuerdo que Manu me devolvió. "Me has dado la alegría del día", fue lo que escribió primero y, tras resumirme su vida en un par de párrafos, me contó una mentira maravillosa: "Durante todos estos años me he acordado mucho de ti, porque eras de lo mejorcito de la Facultad". Manu y yo sólo fuimos compañeros, muy buenos compañeros al final, así que ningún otro sentimiento más que la camaradería y la amistad ha podido cincelar su recuerdo. Y por eso, aunque nunca he sido "lo mejorcito" de nada en ningún sentido -y menos en una promoción como la mía-, no hubiese cambiado el serlo por que Manu me recuerde así, él sabrá por qué.

Y en esa maraña virtual resultó también que porque busqué a Cecilia encontré a Cecilia. Y eso sí que son palabras mayores, palabras mayúsculas...
...aunque confieso que dudé un segundo antes de encontrarla, como si, al cruzármela por la calle, hubiese querido cambiar de acera. Pero al ver su foto y al ver a aquel niño pequeño en sus brazos sentí una emoción extraña que llegaba desde muy lejos. A Cecilia dejé de verla más o menos en la misma época que a Manu, cuando acabé de estudiar, pero ella es la que mejor podría contar lo que fui desde que tenía 13 años hasta casi cuando nos separamos, ocho años después. Y sé que es así porque también sé que quién mejor podría explicar de dónde viene esa mujer de 32 años que en la foto sostiene a su hijo de seis meses, quién más imágenes guarda de lo que durante muchos años fue soy yo. Cada una de nosotras como un cofre que custodia una parte preciosa -por preciada- de la otra.
Lo nuestro se acabó sin estridencias, como si fuésemos una pareja que se da cuenta de que vive ya sin amor, y cuando nuestros caminos se bifurcaron, los seguimos -creo yo- sin nostalgias.
Recuperar las coordenadas del cofre de mi adolescencia y saber que quizá pueda volver a curiosear dentro ha hecho -no querría explicar por qué- que mis coordenadas de hoy sean mucho más nítidas y que sienta las plantas de mis pies mejor asentadas sobre esta tierra.

Pero también ha hecho que se me instale dentro el desasosiego de pensar que aunque mi vida la seguiré haciendo yo, quienes la irán escribiendo serán aquellos que me recuerden.