sábado, 28 de marzo de 2009

Un haiku de verdad

Este sí que es un haiku (de Benedetti); nada que ver con un ripio de Ballesteros:

Si me mareo
puede que esté borracho
de tu mirada.

(Sería muy efectivo en la barra de un bar, por cierto)

martes, 17 de marzo de 2009

Tiempo de escribir

Escribir un blog quita tiempo, pero de una forma extraña también lo da. El tiempo -el único tiempo válido, que es el subjetivo- sólo muestra su valor real a toro pasado, cuando se tiene plena conciencia de haberle extraído el jugo, de haber vivido.
Con un blog pasa un poco eso. Escribir un blog significa tener tiempo para pararse, haber podido pensar, haber echado un vistazo -aunque sea de corto alcance- atrás. Cuando los días pasan iguales, cuando transcurren objetivamente y no hay impulso de contar -una conversación en la charcutería, una frase bonita oída en el autobús, un chiste al menos- da miedo volver los ojos a ayer y no ver nada. No tener tiempo para teclear dos o tres frases es entonces una excusa salvadora para el no-vivir (no confundir con el sinvivir, que es un temblor del alma cien por cien vital), una razón poderosa para volver a aplazar... no se sabe muy bien qué.
Escribir un blog -escribir simplemente o sólo vivir- roba minutos, a veces una hora, dos, pero supone también dejar una marca en el nuevo trecho de camino ganado, hincar, como el escalador, otro anclaje que nos ayude a avanzar.

Da igual que al final, si llegamos arriba del todo en nuestro ascenso, el premio no sea más que observar, ya sin fuerzas, el vasto paisaje que hemos dejado atrás.
Y descansar.

jueves, 12 de marzo de 2009

En mejores vidas

No he hecho más que coger el libro y dejar que bajo la yema del pulgar se me deslicen hojas, de derecha a izquierda primero (no olvidéis que soy zurda) y de izquierda a derecha más tarde. Me ha bastado para atrapar el vuelo de dos citas y asumirlas como imperativos categóricos para cuando, pasadas dos o tres reencarnaciones de buen comportamiento, supere la categoría de periodista para alcanzar la superior de escritora (espero que después de esta última llegue por fin la de pájaro):

"Sí, en una ocasión le dije que uno debe ser indiferente cuando escribe historias patéticas. Pero usted no me ha comprendido. Puede llorar o gemir con un cuento, puede sufrir con sus personajes, pero considero que debe hacerlo de modo que el lector no se dé cuenta. Cuanto mayor sea su objetividad, más fuerte será la impresión. Eso es lo que quería decirle"

(29 de abril de 1892)


"Escriba una novela. Escríbala durante un año entero, luego acórtela durante medio año y después publíquela. Usted lima poco, y un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel. Que el trabajo sea minucioso, elaborado"

(15 de febrero de 1895)


Antón P. CHÉJOV
a Lidia Avílova en Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores (Alba Editorial)

lunes, 9 de marzo de 2009

Piel de cazón

Yo, que durante años he sido dura como la piel del cazón, me he abandonado hoy a una llorada vergonzante. Para quien no lo sepa, la piel de cazón por antonomasia era la de mi hermano mayor, al que el practicante de mi pueblo le hizo un zurcido cuando era niño justo debajo de la rodilla, donde no hay carne que amortigue, sin anestesia ni nada. Ni un triste trago de güisqui.
Yo antes era así -mucho antes de
hacerme buena-, como piel de cazón, que dicen que cuando seca sirve de lija. Lo era tanto que no solo no lloraba con una película y mucho menos con un libro, sino que secretamente -y en ocasiones sin ningún reparo- abominaba de esa sensiblería. Solo lloraba por mí y por las cosas que pasaban de verdad.
Desde hace unos años, desde que sé que las cosas que pasan de verdad no tiene por qué ser reales, lloro sin discriminar soportes: a veces con libros, otras con películas y, en señaladas ocasiones -puedo señalar certeramente la voz y la pieza- con música (eso no lo voy contando por ahí, que conste).
Ayer me tocó con una película, da igual cuál haya sido -y por eso digo que fue la del viejo feo que escupe y que se ganó a Nico- y me faltaron minutos de créditos para domar el llanto. Confieso aquí -espero que nadie me escuche- que hubiese necesitado no ya llorar, sino liberar un sollozo y hasta dos, que por dignidad irrenunciable me he traído a casa para utilizar en mejor ocasión.
Lloré, sí, y no sé muy bien para qué lo cuento. Nadie cuenta que llora en el cine por ver a un viejo arrugado que escupe. Nadie cuenta que llora. Y ahora ni sé por qué lo hago. Ni por qué he recordado la piel curtida y cosida de mi hermano. Ni tampoco por qué he recordado mi propia piel curtida, que a veces aún me hace tanta falta.

Quizá sólo es por el viejo. Porque el viejo que escupe tiene piel de cazón como yo.