martes, 9 de junio de 2009

Hermanos

Escribir sólo sirve para curarse del dolor. Para intentarlo. Lo digo ahora que me duele, pero podría suscribirlo mañana, que me seguirá doliendo, o dentro de un mes.
Hace dos horas que se ha muerto y en ese tiempo he hablado con ella, su hermana -mi madre-, he llorado por ella, por él, por mí; he llorado por todos nosotros, los que mañana nos reencontraremos un poco más altos, más gordos o más viejos que la última vez; he hablado, he llorado y he recordado mucho. Y, al final, mi cabeza ha empezado, sin querer, a escribir.
Ha empezado a teclear recuerdos de él, pero antes de eso ha comenzado a digitar datos: 57 años, cuarto de seis hermanos que llegaron a adultos, casado, dos hijas, trabajador del naval retirado, sindicalista, mili por la Marina, peleón en el bando de los que siempre pierden, tiernamente fanfarrón...
Me he acordado, con ese teclear imaginario, de la cara que le estaba robando año tras año a su padre, aunque ya nunca llegará a viejo como él llegó, y de lo que ayer, cuando fue capaz de llamar para avisarme de que su hermano se moría, me dijo mi madre: "Es que es una parte de mí". Como si tuviese que darme una razón para estar rota.
Esta noche ya no hacían falta explicaciones: "Ya lo achuché y estaba tranquilo. Ya está en la Gloria", creo que me dijo, ahogada.
Ella está ahora con los brazos llenos de vacío.
Yo, con mis teclas piadosas como cuentas, rezo esta noche para no tener que abrazar nunca un abismo igual.