sábado, 20 de febrero de 2010

Batiburrillo


En estos días de sol y chaparrones, he hecho acopio de citas y de nubes. He leído cosas sobre escribir que me reconfortan y he leído otras sobre la vida sin más, sobre la humanidad, que me han hecho r
ecordar que todavía hay gente de una pieza que, como decía el otro día tan bien Anónimo, actúa en lugar de reaccionar. Como las cosas de las que hablo no tienen orden ni lógica interna, las anoto aquí según las vaya encontrando por las esquinas de mi casa. También anoto una melodía para acompañar:

"Ejercer el oficio de escritor no significa (...) hacer que coincida necesariamente con la profesión; escribir por oficio significa dedicar a la escritura el mayor tiempo posible y dejar a la creatividad un espacio mental preponderante".

"Flaubert decía: 'Escribir significa reescribir', y en una carta a Louise Colet confesaba: "Hoy me he pasado ocho horas corrigiendo cinco páginas y creo que he trabajado bien".

"Giampaolo Rugarli ha confesado que cuando era joven la reescritura le ponía frenético y hoy, en c
ambio, le gusta más reescribir que escribir". (Francesco Piccolo)

"He llegado a hacer treinta redacciones de un relato". (Raymond Carver)

"Rubén Blades, cantautor y ex ministro de Cultura [en realidad era de Turismo] de Panamá, pidió más acción y menos "cancioncitas" para Haití (...) 'Conmigo pueden contar si alguien hace algún tipo de organización, no para cantar We Are The World, sino para irnos a Haití a crear sistemas de alcantarillado, a trabajar en la vivienda popular, en el aspecto de educación y de salud". (La Voz de Galicia)



Y esta es la música: I Giorni, de Ludovico Einaudi (y sin Spotify, aquí).


miércoles, 17 de febrero de 2010

Ejercicio (I)

Como no tengo ganas de escribir, pruebo con la escritura espontánea y con un programa diseñado para concentrarse sólo en escribir. Mi gata me apoya. Más bien, mi gata se apoya. Mi brazo le sirve de apoyo. Le sirve de balcón. Y mientras yo tecleo ella se encarama sobre el brazo, el derecho, y menea el rabo. Le gusta. Ronroea. Tanto ronronea que ronronea doble: por debajo, un crepitar constante que invita a la somnolencia; por encima, más pausado y casi provocado por el sonido anterior, una respiración ruidosa y profunda como la de quien duerme en paz. De vez en cuando se olvida de su balconeo y vuelve la cabeza hacia mí. Si entonces me llevo la mano izquierda a la cara, si con los dedos me coloco el pelo tras la oreja, ella mira muy seria, muy concentrada, mi mano hasta que con las yemas le acaricio la frente, como si fuese el poder de su mirada y no mi voluntad el que ha provocado el gesto.

Si tecleo una o dos frases seguidas, si durante más de diez o quince segundos, me olvido de mirarla cuando se vuelve, salta para desprenderse de mi abrazo tan ágil y tan digna como quien se aleja de un amante convencida de que no merece lo que está a punto de perder. Al rato, sin embargo, hecha una cabaretera coqueta y juguetona, se pasea bajo el escritorio y, al descuido, desliza su rabo que tiembla igual que la rama de un zahorí por mis pantorrillas mientras describe círculos armoniosos, círculos de patinadora que se aparta de su pareja para volver de inmediato grácil y entregada.

Ahora se ha ido por un buen rato. Seguro que no volverá... Me equivoco. Parece que me ha oído. Me ha leído, más bien, y me desmiente. Se asoma de nuevo por la puerta del pequeño estudio. Se sienta ante el escritorio y cuando agacho la cabeza para verla bajo la mesa, me mira concentrada unos segundos y otra vez se va.

Ahora sí que no vuelve. Ahora ya no me apoya mientras escribo. No quiere tampoco el apoyo que yo le doy; mi apoyo. Ni mi balcón. Ahora no quiere mi mano en su frente, no quiere la mano que obedece ciega ante su mirada terca, la mano que me hace creer que quien domina su gesto soy yo.

jueves, 11 de febrero de 2010

Quiero y no puedo,
dice -tímido- el sol
al llegar febrero.


martes, 9 de febrero de 2010

Escribir en paz

A veces pienso que debería empezar a escribir de otras cosas: idear escenas divertidas, comentar sucesos curiosos, ahondar en los desasosiegos de la gente de mi generación, hablar de actualidad o enganchar el último chascarrillo y escribir algo ocurrente condenado a gustar. Debería escribir de esas cosas, pienso, y dejarme de cuestiones extrañas y a veces pasadas, como la Biblia, la muerte, el miedo a vivir, el tiempo... Si escribiese de las cosas que le importan a la gente, si seleccionase con tino los hilos con los que entretejo mis textos y siguiese las reglas de oro para tener un buen blog, lograría dos o tres puñados de lectores y consultaría a diario las estadísticas de Google con la certeza de quien se sabe ganador. No tendría que temer ya que la gente, que los amigos a los que nunca he invitado a mi blog, descubriesen que escribo cosas aún más raras que yo.

Si fuese así, una bloguera con chispa, y pensase además a la hora de escribir en mis seguidores y en sus inquietudes, llevaría una libretita con un listado de temas atractivos sacados de lo que fuese oyendo en el súper, en la radio, en la barra del bar, en la tele... Tendría que ver un poco la tele, sí. Si tuviese esa lista de la que echar mano (y el ingenio que no ha querido darme Dios) sería todo más sencillo y nunca hablaría ya de la Biblia ni de mis miedos, no contaría en adelante episodios sombríos, como la muerte de mi tío, y pondría buen cuidado en no dejar que mis pensamientos transitasen por zonas oscuras en las que a veces ni siquiera me atrevo a entrar yo. Por supuesto, nunca escribiría sobre escribir.

Cuando tuviese todo eso, cuando el mío fuese un blog de éxito modesto y mi imagen fuese tanto más atractiva y moderna cuanto más alejada de la realidad, buscaría otra esquinita en la blogosfera, un punto discreto donde esconderme, y abriría otro cuadernillo para empezar a contar de nuevo quién soy yo.