domingo, 10 de enero de 2010

Las trampas de la memoria


La memoria es embustera. La buena memoria, yo diría incluso que tramposa. Juega con los recuerdos más certeros de la gente, deja confiar a las personas en que esos recuerdos son la vida, su vida, y de vez en cuando, cuando el relato de aquel episodio tantas veces recordado forma parte ya del retrato vital de quien lo cuenta, un flash de la memoria, a modo de fe de errores, viene a cambiar un detalle esencial de la historia y la deja patas arriba. Al dueño del episodio se le queda entonces el cuerpo y el alma en cueros y un estúpido velo de desconfianza ensucia sin remedio, como canela sobre arroz con leche, la veracidad de todo el recuerdo. “Si no era Pedro el que vino conmigo a aquel viaje, ¿quizá tampoco yo estaba en Roma, sino en Milán y todo ocurrió dos años más tarde...?”, se atormenta tal vez el de la buena memoria. “Si esa canción no se había grabado todavía, ¿no fue entonces Pablo con el que la bailé aquella noche?”, se interroga la que nunca dudó.
A mí me ha pasado más de una vez releyendo alguna de las historietas de este cuaderno y he sentido tal bochorno repentino al darme cuenta de que lo removido, escrito y publicado no era del todo cierto que me han dado ganas de añadir una nota a pie y reconocer el dislate para que todo el mundo -bueno, el selecto grupúsculo que lee este blog- sepa que no quería engañar a nadie y que, si me falla la memoria, no lo hace la intención.
Al final me doy cuenta de que la verdadera engañada soy yo y hasta he llegado a pensar si una segunda versión del mismo recuerdo que hoy me parece más precisa no acabaría siendo enmendada, una vez escrita, por otra revelación inoportuna que mi caprichosa memoria quisiera hacerme dentro de un mes.
Después de un buen rato de tormento existencial, he hallado por fin consuelo en una frase atribuida a Benjamin Disraeli, el político británico, al que le he tenido que regalar media sonrisa: “Como todos los grandes viajeros, yo he visto más cosas de las que recuerdo... y recuerdo más cosas de las que he visto”.
Quizá él, como ahora yo, sólo aspirase a que sus historias fuesen verdaderas, aunque tampoco hubiesen ocurrido en realidad justo como las contó.

5 comentarios:

pau dijo...

María, creo que esos hilos sueltos de la memoría, esas verdades desflecadas, son lo que hace que una anécdota se vuelva narración. Bueno, no sé. Tú sigue mintiendo sin querer, falseando tu memoria, mal recordando, contando...

Anónimo dijo...

No importa –María- si alguno de los detalles no es totalmente veraz, creo que es imposible retratar estrictamente la realidad... Los sueños -que son fundamentales para fijar los recuerdos en la memoria-nos ayudan, porque mezclan como un turmix las experiencias vividas, generando más conexiones, trazando más caminos y atajos en la memoria para encontrar en ese desbarajuste lo que buscamos... Gracias a esto, podemos exhumar bajo la hojarasca del olvido, los recuerdos como racimos de cerezas. Si nosotros somos los guardianes de esos recuerdos y resulta que nuestro portentoso o deficiente cerebro –según se mire- esta construido así, tenemos que resignarnos a saber que amalgamamos todo, aunque de vez en cuando, por las rendijas de ese caos, comprobamos que no hemos sido totalmente precisos.

María B. dijo...

Es que yo soy periodista... y la falta de rigor propia y ajena me ruboriza, aunque sea contando historietas. Pero seguiré mintiendo... No os preocupéis.

Xosé dijo...

Que felicidade. Non son inglés, nen político, pero síntome un Disraeli -so nunha faceta- da vida. Segue disfrutando, e fainos disfrutar, desa "falta de rigor".

María B. dijo...

Non hai como contentarse con pouco...
Un bico