Hoy publica La Voz, bajo el título de Engaño, que el chico que pide en la calle Real no tiene ninguna perrita en la perrera municipal que tenga que rescatar, como se puede leer en el cartel que tiene sobre los pies. Yo ni me había fijado en el letrero donde cuenta que se la han llevado porque no tiene microchip y que si no reúne sesenta euros esta semana la sacrificarán. No me siento engañada, por tanto, pero sí doy fe de que aquella perra dorada de orejas picudas de la que un día hablé —aunque entonces no sabía que era hembra— existe, existió al menos, aunque ya no esté junto a su dueño. No sé si esa "magnífica representación teatral" que le atribuye un vecino es tal y, de serlo, si le está dando resultado, pero de lo que también puedo dar fe es de que, cuando lo vi con su perra, también estaba pidiendo, también parecía pobre.
A lo mejor resulta que lo de parecer pobre también forma parte de la representación y, en realidad, no es tampoco pobre. Quizá sea una estudiada estrategia de markéting para sacarnos a los ingenuos viandantes las pequeñas monedas de cobre con las que no sabemos qué hacer en la cartera. Quizá sea así de perverso en su fingida pobreza.
Casaría bien con esa perversidad que lo ha podido llevar a traicionar el corazón de la gente al contar una historia de una pobre perrita a punto de morir, una historia que conmueve hasta el punto de hacernos rascar el bolsillo; una historia que nos llega dentro, que bien merece los euros que podemos soltar. Una historia de verdad y no esa otra, tan manida y sin gracia, de "Pido para comer".
A lo mejor resulta que lo de parecer pobre también forma parte de la representación y, en realidad, no es tampoco pobre. Quizá sea una estudiada estrategia de markéting para sacarnos a los ingenuos viandantes las pequeñas monedas de cobre con las que no sabemos qué hacer en la cartera. Quizá sea así de perverso en su fingida pobreza.
Casaría bien con esa perversidad que lo ha podido llevar a traicionar el corazón de la gente al contar una historia de una pobre perrita a punto de morir, una historia que conmueve hasta el punto de hacernos rascar el bolsillo; una historia que nos llega dentro, que bien merece los euros que podemos soltar. Una historia de verdad y no esa otra, tan manida y sin gracia, de "Pido para comer".
2 comentarios:
Me acordé de ti cuando leí esta noticia el primer día. Y me indigné, supongo que contigo, cuando leí lo del "engaño". Me pareció dolorosamente increíble. Pararse a analizar el "engaño" de un mendigo inmersos como estamos en un mundo falaz en que el mejor cuenta y miente es el ganador.
Es como lo del efecto llamada de que habla Rajoy, ahora las madres se tirarán al mar con sus hijos para salir de la miseria y ser acogidas en españa. Me da asco y me repugna todo.
Es una vergüenza ese estricto código moral que aplicamos los ciudadanos de primera -la gente decente, que diría Rajoy- a todo el que tiene menos, al que es ciudadano de segunda o de tercera. Nosotros -que disculpamos a todo el que medra en pos de dinero, al que engaña, al que defrauda, a cualquier pirata, a cualquier cuatrero, a cualquier salteador de caminos del siglo XXI- nos rasgamos las vestiduras si el que está en la calle nos habla con descaro en lugar de ser servil, si huele mal o va desaseado, si nos quita espacio de paseo porque está parado en la acera, si con los céntimos que le damos se compra una cerveza en vez de una barra de pan, si roba en lugar de ir a hacer cola a la Cocina Económica...
Y lo peor de todo es que estamos convencidos de que 'persona' es quien tiene y que el respeto que nos merece nuestro vecino del quinto es un artículo de lujo para quien nos pide una moneda en un bar, a quien a veces ni saludamos ni le sonreímos ni miramos siquiera, como si fuese una subespecie dentro del género humano. En fin...
Que me enrollo.
Publicar un comentario