Hace poco tiempo que me la han desvelado tras desmontar unos andamios de esos que ya ni se ven de tanto que abundan, pero por lo visto lleva ahí, en la calle Bailén, décadas y décadas en el mismo estado de abandono. Hace días que no camino con calma a la luz de la mañana ni salgo de trabajar antes de que anochezca, pero, aunque no pude contarlo, esto ya lo descubrí a principios de semana. Por eso pude preguntar qué había en Casa Manolita (cuando había algo) a un compañero cuarentón que, sin embargo, tiene memoria jurásica de la historia coruñesa, pero me aseguró que no tenía más recuerdo ni noticia del negocio que aquel solar abandonado, igual que ahora.
Aunque ahora no lo está tanto, porque un muchacho con cara de pocos amigos (quizá en verdad tiene pocos) descansa a veces en el portal del edificio. Está siempre con un perro cariñoso de pelo dorado; un buen perro, parece, al que su compañero acaricia, sonríe y mima como si el animal fuese una persona que lo quisiera.
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