El otro día entré en una red social y me quedé atrapada como en la de una araña. Convencida de que aquello no servía para nada, me vi curioseando de unos amigos a otros, de los amigos de mis amigos a los amigos de sus amigos, de éstos a los de más allá y, cuando quise darme cuenta, había perdido muchísimo tiempo y sentía esa vaharada de abatimiento que me arruina el ánimo cuando despilfarro una tarde yendo y viniendo de una tienda a otra o cuando, sin ganas de ver la televisión, se me esfuman horas de sueño haciendo zapping.
Sin embargo, me sorprendió hasta asustarme la facilidad con la que todo el mundo se entera de que has asomado la patita por ahí y lo adictivo que es buscar nombres para encontrar personas. Y, poco a poco, entre la curiosidad y la sorpresa, toda esa maraña virtual comenzó a volverse reveladora.
Resultó, por ejemplo, que porque busqué a Paula me encontró Manu (pasando antes -¡claro!- por Paco, María y Ramón) y gracias a Manu me reconcilié con la que fui hace una década, la última vez que él y yo nos vimos. El recuerdo incómodo que tengo de mí misma en aquel tiempo (con esa timidez que desde fuera me hacía parecer altiva, distante y hasta insolente y que no me ha abandonado del todo) se quedó boquiabierto y desarmado ante el recuerdo que Manu me devolvió. "Me has dado la alegría del día", fue lo que escribió primero y, tras resumirme su vida en un par de párrafos, me contó una mentira maravillosa: "Durante todos estos años me he acordado mucho de ti, porque eras de lo mejorcito de la Facultad". Manu y yo sólo fuimos compañeros, muy buenos compañeros al final, así que ningún otro sentimiento más que la camaradería y la amistad ha podido cincelar su recuerdo. Y por eso, aunque nunca he sido "lo mejorcito" de nada en ningún sentido -y menos en una promoción como la mía-, no hubiese cambiado el serlo por que Manu me recuerde así, él sabrá por qué.
Y en esa maraña virtual resultó también que porque busqué a Cecilia encontré a Cecilia. Y eso sí que son palabras mayores, palabras mayúsculas...
...aunque confieso que dudé un segundo antes de encontrarla, como si, al cruzármela por la calle, hubiese querido cambiar de acera. Pero al ver su foto y al ver a aquel niño pequeño en sus brazos sentí una emoción extraña que llegaba desde muy lejos. A Cecilia dejé de verla más o menos en la misma época que a Manu, cuando acabé de estudiar, pero ella es la que mejor podría contar lo que fui desde que tenía 13 años hasta casi cuando nos separamos, ocho años después. Y sé que es así porque también sé que quién mejor podría explicar de dónde viene esa mujer de 32 años que en la foto sostiene a su hijo de seis meses, quién más imágenes guarda de lo que durante muchos años fue soy yo. Cada una de nosotras como un cofre que custodia una parte preciosa -por preciada- de la otra.
Lo nuestro se acabó sin estridencias, como si fuésemos una pareja que se da cuenta de que vive ya sin amor, y cuando nuestros caminos se bifurcaron, los seguimos -creo yo- sin nostalgias.
Recuperar las coordenadas del cofre de mi adolescencia y saber que quizá pueda volver a curiosear dentro ha hecho -no querría explicar por qué- que mis coordenadas de hoy sean mucho más nítidas y que sienta las plantas de mis pies mejor asentadas sobre esta tierra.
Pero también ha hecho que se me instale dentro el desasosiego de pensar que aunque mi vida la seguiré haciendo yo, quienes la irán escribiendo serán aquellos que me recuerden.
Sin embargo, me sorprendió hasta asustarme la facilidad con la que todo el mundo se entera de que has asomado la patita por ahí y lo adictivo que es buscar nombres para encontrar personas. Y, poco a poco, entre la curiosidad y la sorpresa, toda esa maraña virtual comenzó a volverse reveladora.
Resultó, por ejemplo, que porque busqué a Paula me encontró Manu (pasando antes -¡claro!- por Paco, María y Ramón) y gracias a Manu me reconcilié con la que fui hace una década, la última vez que él y yo nos vimos. El recuerdo incómodo que tengo de mí misma en aquel tiempo (con esa timidez que desde fuera me hacía parecer altiva, distante y hasta insolente y que no me ha abandonado del todo) se quedó boquiabierto y desarmado ante el recuerdo que Manu me devolvió. "Me has dado la alegría del día", fue lo que escribió primero y, tras resumirme su vida en un par de párrafos, me contó una mentira maravillosa: "Durante todos estos años me he acordado mucho de ti, porque eras de lo mejorcito de la Facultad". Manu y yo sólo fuimos compañeros, muy buenos compañeros al final, así que ningún otro sentimiento más que la camaradería y la amistad ha podido cincelar su recuerdo. Y por eso, aunque nunca he sido "lo mejorcito" de nada en ningún sentido -y menos en una promoción como la mía-, no hubiese cambiado el serlo por que Manu me recuerde así, él sabrá por qué.
Y en esa maraña virtual resultó también que porque busqué a Cecilia encontré a Cecilia. Y eso sí que son palabras mayores, palabras mayúsculas...
...aunque confieso que dudé un segundo antes de encontrarla, como si, al cruzármela por la calle, hubiese querido cambiar de acera. Pero al ver su foto y al ver a aquel niño pequeño en sus brazos sentí una emoción extraña que llegaba desde muy lejos. A Cecilia dejé de verla más o menos en la misma época que a Manu, cuando acabé de estudiar, pero ella es la que mejor podría contar lo que fui desde que tenía 13 años hasta casi cuando nos separamos, ocho años después. Y sé que es así porque también sé que quién mejor podría explicar de dónde viene esa mujer de 32 años que en la foto sostiene a su hijo de seis meses, quién más imágenes guarda de lo que durante muchos años fue soy yo. Cada una de nosotras como un cofre que custodia una parte preciosa -por preciada- de la otra.
Lo nuestro se acabó sin estridencias, como si fuésemos una pareja que se da cuenta de que vive ya sin amor, y cuando nuestros caminos se bifurcaron, los seguimos -creo yo- sin nostalgias.
Recuperar las coordenadas del cofre de mi adolescencia y saber que quizá pueda volver a curiosear dentro ha hecho -no querría explicar por qué- que mis coordenadas de hoy sean mucho más nítidas y que sienta las plantas de mis pies mejor asentadas sobre esta tierra.
Pero también ha hecho que se me instale dentro el desasosiego de pensar que aunque mi vida la seguiré haciendo yo, quienes la irán escribiendo serán aquellos que me recuerden.
2 comentarios:
Me gusta y me da envidia cómo has vivido lo de la enredada social. Yo no hago más que ir y venir sin llegar a ningún lado, como una avispa intentando salir por una ventana cerrada. Tal vez es que no tengo pasado... Me voy a quedar pensando después de leerte. Besos. A ver si un día de estos tenemos un minuto o dos..
Tengo la poderosa tentación de borrarme de esa red, no te creas, pero la resisto por ahora.
Ayer asomé la cabeza a ver si te veía, pero al momento me di cuenta de que seguís con vuestra frenética formación continua, porque no había nadie.
Lo intentaremos de nuevo.
Un bico.
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