viernes, 9 de octubre de 2009

El nombre de las cosas

El otro día leí los resultados de una investigación que no me sonaba a nueva. Decía que las vacas que tenían nombre daban más leche que aquellas que sus dueños no habían bautizado y, si bien podía ocurrírseme pensar en ese momento en las Marelas, Cucas y Fermosas que habitan los productivos establos gallegos o en que los que tratan al ganado por su nombre deberían tener mayor cuota láctea, de quien me acordé entonces no fue de una vaca ni de un ganadero, sino del director del primer periódico en el que trabajé.
Era yo entonces muy joven, muy inexperta y rebosaba productividad; era él ya mayor, veteranísimo y parecía vivir ajeno a aquel ritmo laboral que a nosotros nos tenía deslomados y, a veces, hasta insomnes.
En contra de lo que alguien pudiera estarse ya imaginando, él era de los que llamaba a las personas por su nombre. Él, que veía nuestras firmas un día tras otro en su periódico; él, que parecía saberlo todo, pese a salir muy poco de su despacho; él cruzaba algunas mañanas la pequeña redacción y, en tono seco pero muy correcto, decía para que los tres o cuatro que estábamos allí lo oyésemos muy claro:
-Buenos días, Bea.
Y mi jefa, que era todavía más productiva que nosotros y se marchaba a veces pasada la medianoche, respondía también seca y correcta:
-Buenos días.
Y el resto de las reses de aquel establo nos sentíamos eso: ganado.


2 comentarios:

pau dijo...

E digo eu, as vacas, que saberám elas de marketing e relaçoes públicas? Uma coisa é chamar pelo nome e outra saber quem é quem...

María B. dijo...

E como non van saber as vacas, Pauliña? De marketing non che sei, pero de cariño... todo.