Esta mañana he conocido a Virgili -ése debe de ser su nombre-, un polluelo de águila imperial ibérica que ha nacido en el Parque Nacional de Cabañeros, que comparten las provincias de Ciudad Real y Toledo. Los padres de Virgili son la primera pareja de su especie que ha formado su nido, ha copulado y ha incubado su huevo ante el ojo impasible de una webcam.
He entrado esta mañana por primera vez y me he topado con una mancha blanca rodeada de follaje que apenas cabeceaba. He regresado a la página principal y he visto los vídeos de la labor entregada hecha por sus padres hasta entonces convencida de que la cámara era un buen reclamo, pero que poco se podía sacar de ella en directo. He visto los vídeos de cómo las águilas adultas formaron su nido y he escuchado los arrebatos de su amor -ese momento que nos iguala tanto a los animales- y, antes de cerrar la página, he vuelto a echar un vistazo a la webcam para escuchar, sobre todo, el sonido del viento entre las ramas y el parloteo de los pájaros a cientos y cientos de kilómetros. La pantalla me devolvió entonces a un pollo grande y despabilado mirando a un lado y a otro desde el nido. Sentí la emoción de estar presenciando algo grande, pero antes de poder asimilarla apareció un águila adulta que se puso a alimentar ajetreada a su polluelo. Me los quedé mirando un rato maravillada. Me pareció un milagro.
Cuando he empezado a escribir esto Virgili estaba ensayando la mirada de águila que le hará tanta falta cuando sea adulta y atusándose las plumas. Ahora ha vuelto a amodorrarse en el nido, como la primera vez que la vi.
Si todo va bien, abandonará el nido a mediados del mes de junio. Tendrá todavía que aprender a volar. Espero que me descubra el secreto para alzar el vuelo.
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