
domingo, 31 de agosto de 2008
Vocal-Consonante-Vocal

viernes, 22 de agosto de 2008
Desvarío

Así sentía que me estaba tratando ella, aunque no lograba entender por qué. ¿A qué venía esa payasada? Antes de atisbar siquiera una respuesta, me di cuenta de que aquello no había acabado y, pese a la humillación, decidí descubrir dónde estaba el límite de aquel ridículo. Etiquetada como si fuese un juguete en venta, dejé que me llevase al dormitorio. Nada más entrar, se detuvo y, como si me pusiese en la picota, se colocó ante el enorme espejo que se trajo la semana pasada y en el que no para de mirarse con complacencia y me enfrentó con mi resignado reflejo. Allí estaba yo, de natural esbelta y elegante, pegoteada y ridícula; allí estaba debatiéndome entre la indignación y la misericordia, entre el arranque de arañar, morder y bufar y la decisión serena de sufrir con paciencia las flaquezas y debilidades del prójimo. En contra de mi instinto, opté por lo segundo. Y suspiré.
No sé qué esperaba demostrar ella con ese circo, pero lo cierto es que todavía me sostuvo en los brazos durante mucho rato y acercó varias veces mi cara al espejo queriendo provocarme, como si no hubiera visto ya de sobra los tres papelitos que salpicaban mi reflejo.
Yo, que resistí sin hacer siquiera un mohín, espiaba su expresión en el espejo y descubrí, con sorpresa de nuevo, que los ojos se le estaba poniendo casi tan tristes como a mí. Unos minutos después y sin que hubiese ocurrido nada más que nuestro profundo abatimiento, aquello cesó de repente. Como si hubiese estado fuera de sí hasta entonces, ella me quitó con cuidado las pegatinas, que ya casi se desprendían solas, y rozó su nariz con la mía como nadie más sabe hacer.
No me avergüenza admitir que la perdoné al instante porque mi fachada felina es liviana como el papel, pero, aun perdonando, no olvido y desde ayer me desvelo pensando por dónde me saldrá la próxima vez. Me preocupa que esto pueda ir a más y, sobre todo, a peor.
Desde que pasó lo del espejo la he sorprendido más de una vez, cuando cree que dormito, con la mirada extraviada y la he oído susurrar con expresión lastimera:
-Cómo puede ser que una urraca tonta...
miércoles, 20 de agosto de 2008
"Lo sabía, soy una urraca"

¿Ilusa, piensa alguien? Bueno, bueno. Se verá...
viernes, 15 de agosto de 2008
Lección de pedagogía

Hoy también he descubierto que con un año y medio de vida y una melodía pegadiza puedes aprender cualquier cosa. La musiquilla de Lola es: "Fulano, Fulano, Fulano es cojonudo, como fulano no hay ninguno". Y te deja con la cara hecha un garabato interrogativo cuando te toca el brazo y te dice: "A-é-a". No entiendes nada y repite: "A-é-a". A la tercera alguien experto, sentado en el asiento delantero del coche en el que tú viajas con dos sillas infantiles en los flancos, canta lo que tú ni imaginabas: "Andrea, Andrea, Andrea es cojonuda, como Andrea no hay ninguna". La operación se repite con Sergio, con Teo... Con Lola, no; no le gusta el autobombo, por lo que parece. Pero cuando su elenco de gente estupenda se acaba y la tarde transcurre ya entre fosos, estanques y jaulas, la melodía vuelve a entonarse tímida y comienza la lección. "¿El búho?", sugieres con cautela, por probar. Y responde una mirada atenta. Todo lo demás es cantar y cantar: "El búho, el búho, el búho es cojonudo, como el búho...". Y así todos los que pudieron salvarse del diluvio universal. El pato, el buitre, el cuervo, la cigüeña... Y ella repite; repite con lengua de trapo, pero repite al fin.
miércoles, 6 de agosto de 2008
Bajo una higuera calabresa
Mis pies apuntan hacia Cosenza, la capital de la provincia homónima que está en mitad del empeine de la bota italiana. En San Benedetto, el pueblo donde está la casa que tiene el huerto que tiene la higuera que tiene la hamaca que me sostiene, vive desde hace más o menos tres meses un joven escultor de Cabo de Cruz -Cabo de Crus en su boca-, Concello de Boiro, un joven escultor que se enamoró en Santiago de una italiana y la siguió hasta su pueblo en las montañas, un pueblo donde las cigarras nunca dejan de cantar.
Tucho -"Eu son Tucho, pero no carné pon José Antonio"- vive en una casa prestada con un gatito negro y otro color crema y, además de higueras y una hamaca, tiene en el huerto calabacines, pimientos, tomates... -que riega y recoge con mimo- y todos los bártulos que puede necesitar para hacer sus esculturas. Con cristales y resina que va a buscar al monte prepara la pasta que luego transforma en sirenas, pensadores de Castelao, venus redondeadas, piezas de ajedrez...
Su familia no entiende cómo puede hablar italiano cuando malamente se expresa en español, pero, como él dice, la cuestión es querer comunicarse. Eso lo aprendió con María, su vecina, que desde que tiene a Tucho viviendo en la casa de al lado sale a su terraza cada vez que oye cualquier movimiento en el huerto del escultor gallego.
-Tutto posto?- cuenta Tucho que empezó preguntando María, por saber qué tal, en cuanto cruzaron saludos.
-Bue... -comenzó contestándole Tucho mientras, haciendo oscilar la mano vuelta y vuelta, ora la palma hacia arriba, ora el dorso, intentaba hacerle ver esa perpetua insatisfacción gallega- La vitaaa... -añadía por toda explicación.
Y María, como quien descubre un secreto guardado con celo, le respondía comprensiva:
-Aaahhh, la vitaaa...!
Y los dos volvían a sus tareas satisfechos por haberse entendido.
Yo tuve la suerte de conversar también con María. Era un lunes, poco después de las seis de la mañana, y yo acababa de asomar al huerto donde el día lo inundaba ya todo. En cuanto salió a la terraza y me vio se dirigió a mí creyendo que era la hermana de Tucho llegada de Galicia. No lo era, fue lo poco que le pude hacer entender, y, aunque cruzamos varias frases incomprensibles para ambas que me hicieron querer huir hacia el interior de la casa, María no se desanimó y siguió hablando con un enorme interés por mí. Al final me ofreció un café y yo le respondí agradecida que estábamos a punto de tomarnos el nuestro. Lo que le dije era mentira, pero aun así las dos nos despedimos con ese lenguaje amable y universal de las sonrisas.
A Tucho, que sigue hablando con sonrisas y en gallego a sus vecinos -que en vez de gallegos nos llaman galicianos-, le tuve mucha envidia esos días. Por su huerto, por su casa y por vivir en una montaña tranquila y repleta de tiempo y de paz; tiempo y paz para dejar reventar, como los árboles con sus brotes, todo lo que le bulle por dentro. Lo envidié mucho por eso, pero también por tener una vecina curiosa que todavía mira y habla a la gente a los ojos.
Nota: María es la que asoma a la derecha de la foto, sobre el balcón. Tucho es el que mima su obra y el que, hasta en la camiseta, lleva a 'Galiza no corazón!'.