Destacaba Paco ayer entre sus lecturas de prensa atrasada una columna "maravillosa" —suscribo el adjetivo– de Mariluz Ferreiro titulada El tiempo en la que habla de cómo se escapa la vida en ese lento avanzar de los atascos, del atraco que los que viajan en coche oficial están perpetrando contra los que entran y salen por calles gallegas que parecen las de Nueva York y de la facilidad con la que "el gran hombre occidental" se deja robar lo que no se puede restituir: el tiempo.
Pero yo, que me siento positiva ahora que llega por fin el otoño, pienso en ese frenazo de la rutina como un regalo de tiempo, un respiro, unos minutos para pensar en aquello de lo que en otro momento de apuro dije: "Ya lo pensaré"; para escuchar entera esa canción favorita que, de estar las calles expeditas, tendría que dejar a medias; para escribir de cabeza una entrada para este cuadernillo y dejarme llevar por los meandros de una mente liberada por un ratito de la presión de avanzar. No le aconsejo a nadie que se atasque, pero si el engranaje que nos lleva en volandas de día en día se para... habrá que disfrutarlo.
Gómez de la Serna tampoco se lo aconsejó a nadie, a nadie más que a sí mismo. Y se escribió así:
"Querido Ramón:
Sólo tenemos treguas y tenemos que aprovecharlas bien.
(...) Yo recuento los segundos de estos intervalos y hasta cuando veo que el camarero tarda en traer lo encargado me digo: 'Esta espera es una propina de la vida'.
Tú hazme caso y haz como yo, refuerza toda pausa, aumenta la conciencia de vivir en la espera del tren en la estación de paso, dilata tu sentir y tu mirar, recibe la confidencia de los campos aquietados y anclados alrededor del andén y fuera del tiro de las vías, abrillantadas por fatales itinerarios cumplidores -ejecutores- del destino.
(...) Según una teoría lanzada por primera vez en esta carta y del tipo de las de Einstein, es que el tiempo de la tregua tiene larguras de siglos, mientras esa misma cantidad de tiempo en la refriega tiene dimensión de días".
Gómez de la Serna tampoco se lo aconsejó a nadie, a nadie más que a sí mismo. Y se escribió así:
"Querido Ramón:
Sólo tenemos treguas y tenemos que aprovecharlas bien.
(...) Yo recuento los segundos de estos intervalos y hasta cuando veo que el camarero tarda en traer lo encargado me digo: 'Esta espera es una propina de la vida'.
Tú hazme caso y haz como yo, refuerza toda pausa, aumenta la conciencia de vivir en la espera del tren en la estación de paso, dilata tu sentir y tu mirar, recibe la confidencia de los campos aquietados y anclados alrededor del andén y fuera del tiro de las vías, abrillantadas por fatales itinerarios cumplidores -ejecutores- del destino.
(...) Según una teoría lanzada por primera vez en esta carta y del tipo de las de Einstein, es que el tiempo de la tregua tiene larguras de siglos, mientras esa misma cantidad de tiempo en la refriega tiene dimensión de días".
5 comentarios:
La foto es de Víctor Echave, por cierto.
Ramón es el mejor! Y esas cartas a sí mismo son absolutamente maravillosas (yo las tengo en un volumen de Austral conjunto con las cartas a las golondrinas). Suscribo el post. Nos leemos!
Yo lo tengo en la misma edición, con las golondrinas. Lo descubrí gozosamente en una feria del libro antiguo, en Madrid. Maravilloso, sí.
Un saludo, Luis.
Muy bien visto, María, gracias por hacérnoslo ver.
Es que Ramón es muy grande... Gracias a él.
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