Tengo gastada la puntera de mi bota negra izquierda. La derecha también, pero menos. Entre ayer y hoy he jugado todo el fútbol de mi vida. Y he practicado a darle con la punta, con el empeine y con el interior del pie. No lo he hecho mal, pienso. Ayer, en mi debut, le di un pisotón a Martín en el pie izquierdo. Para quitarle hierro le dije:
-¡Hala! Con ese pisotón, ahora sólo tienes cuatro dedos en el pie.
Sin pensarlo más, se sentó en el suelo de cemento y empezó a sacarse la bota.
-No, tía. Tengo cinco- dijo muy serio.
Tuve que contarle los dedos uno a uno por encima del algodón del calcetín para evitar que se lo quitase e hiciese asomar los dedos al frío, vivitos y coleando.
Hoy he intentado afinar más el tiro y los pasos, pero ayer todavía tuvo que aguantar estoicamente un balonazo en el culo y otro en la mejilla izquierda.
Y aún no ha cumplido los cuatro años.
-¡Hala! Con ese pisotón, ahora sólo tienes cuatro dedos en el pie.
Sin pensarlo más, se sentó en el suelo de cemento y empezó a sacarse la bota.
-No, tía. Tengo cinco- dijo muy serio.
Tuve que contarle los dedos uno a uno por encima del algodón del calcetín para evitar que se lo quitase e hiciese asomar los dedos al frío, vivitos y coleando.
Hoy he intentado afinar más el tiro y los pasos, pero ayer todavía tuvo que aguantar estoicamente un balonazo en el culo y otro en la mejilla izquierda.
Y aún no ha cumplido los cuatro años.
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