miércoles, 2 de abril de 2008

El cantante

Hace casi dos años que comenzaron a derribar el edificio de al lado para construir otro. El ruido para echar abajo el primero y levantar el segundo ha sido constante, pero muy variado, aunque no tengo vocabulario suficiente para expresar los matices de las maquinarias ni de las herramientas manuales que han golpeado día tras día, de ocho a ocho, al otro lado de la pared.
Como hoy no trabajaba, he dormido hasta tarde, insensible como estoy ya a cualquier actividad ruidosa que no llegue a la categoría de estruendo, y cuando me he sentado delante del ordenador aquí, en este pequeño saliente formado por cuatro ventanas donde escribo, he descubierto que es posible dar una vuelta de tuerca a la banda sonora de la construcción.
Primero pensé si no serían Los Chunguitos, después me acordé de Los Chichos, pero resultó que no; aquel Una paloma blanca que yo tenía cuando quería se me escapaba… era un clásico de Los Calis, pero ni siquiera eran ellos los que lo entonaban, no; era un obrero que estaba en la acera y que cantaba para que lo oyesen en toda la calle, alentado, supongo, por el generoso sol de primavera. “Lo que me faltaba”, pensé resignada y me alejé hacia el otro lado de la casa mientras el albañil ponía música al extraño verso Quérote moito, como la troita al troito.
Una hora después volví a sentarme frente al escritorio y pude trabajar sin más ruido que el de los coches, pero al poco rato los obreros volvieron de comer y retornó el martilleo, aunque quizá ni lo escuché. Lo que sí me llegó con una extraña alegría fue la voz del cantante, que ahora estaba subido a un andamio en la fachada, a la altura del cuarto piso, por lo que yo, que vivo en el tercero, lo tenía casi cantando en mi ventana.
Cada noche mi vida es para ti… decía a esa hora y enseguida llenaba la pausa con un silbido que me pareció entonces muy bien acompasado. Seguí tecleando y él siguió cantando a ratos, repitiendo casi siempre la estrofa de Triana, y poco a poco me fui sintiendo muy a gusto, como quien trabaja con un compañero con el que forma buen equipo. En ese momento me molestó un poco menos llevar casi dos años sufriendo por este maldito edificio y quizá por eso -o por casualidad- mi albañil me regaló Un ramito de violetas (en versión de Manzanita, por cierto) que cantó y silbó con mucha gracia. Le envidié la voz y el salero, pero sobre todo la alegría, porque a mí el trabajo a veces no me da siquiera para un canturreo.
Cuando se me pasó la envidia, le hice la foto. Espero que vuelva mañana.
P.D. Mi albañil no es como
la cajera de mi querido Paco Sánchez, pero bien se merece unas letras.

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