martes, 1 de abril de 2008

Primavera

Algunos esperan las golondrinas, otros el anuncio de El Corte Inglés, pero en mi casa no; en mi casa empieza a oler a primavera cuando Elsinha, mi gata, comienza a reclamar histérica algo que nunca ha sabido qué es. Hubo un tiempo, cuando tenía un año o dos, en el que debió de intuirlo; su instinto algo debía de decir de aquel cosquilleo que le hacía arquear el cuerpo en sentido opuesto al del miedo: no formando una boca de túnel, sino más bien una hondanada suave, un lomo hecho valle en el que se alzaba un rabo tieso y vibrante como la rama de un zahorí.
Después de todos estos años -en agosto cumplirá ya ocho- no ha encontrado todavía lo que su naturaleza le manda pedir cuando llega febrero, pero sí ha decidido que lo que ella busca es a mí. A mí y a otros, pero sobre todo a mí. Su instinto de hembra procreadora se ha transformado en el de gata civilizada y son mis manos y mi regazo acogedor lo que hace callar sus lamentos, que exasperan tanto como los de un bebé que llora y no puede explicar por qué.
Su amor tan civilizado es como mi propio amor; como el tuyo. Su amor es un amor estéril, un amor contranatura, un amor como una pareja para toda la vida, como un condón entre dos cuerpos, como un querer platónico. Un amor hecho de cultura -no del instinto de unirse cuanto más mejor y siempre con buen resultado-; hecho de la misma cultura que nos hace olvidarnos de mantener la especie y nos lleva a buscar a aquella de pechos pequeños y caderas estrechas, pero de manos sanadoras, o a aquel otro que no sabe lo que quiere en la vida, que no quiere dejar de ser del todo niño y que nunca mataría una mosca y mucho menos un mamut.
Su amor es interesado, sí; me quiere porque le doy de comer, porque le cambio el agua por las mañanas y porque le escribo cuentos para anticiparme al día en que ya no esté, cuando su pelo negro deje de brillar como si hubiese perdido el alma -los gatos no tienen alma, ya sé-. Me quiere por interés, sí.
No tiene bastante cultura aún para querer como nosotros; nosotros, que aunque siempre hemos visto estúpido lo de poner la otra mejilla, amamos a los que nos niegan el pan y la sal, a los que no devuelven nuestro amor, a los que se olvidan de que un día los quisimos tanto.
Elsinha seguirá buscando mi regazo, como está haciendo justo ahora, pero quizá si un gato apuesto y buen proveedor menea el rabo delante de sus bigotes no dude en arquear su cuerpo contra el suelo para recibir lo que lleva tantos años pidiendo; y olvidará mis manos y mis cuentos, al menos por un rato. O quizá si es otro el que cambie el agua o rellene de pienso su cuenco sea a él al que le baile alrededor de los tobillos cuando vuelva a casa. Quizá es que el instinto de sobrevivir es así.

Espero que a nosotros se nos atrofie del todo.

O quizá no.

No hay comentarios: