El día de la foto era primavera y además lo parecía. Todavía no había comenzado este exceso de lluvia y viento que levanta tanta queja, como si aquí nunca hubiera llovido. El día de la foto, al atardecer, caminaba por O Parrote y pensaba en las golondrinas, en que quizá habrían invadido ya el cielo del jardín de San Carlos; pensaba en qué ejercicio vano sería sacar la cámara de fotos ante aquel vuelo hiperactivo con mil rumbos; pensaba en Ramón Gómez de la Serna, que me las descubrió cuando yo todavía creía que las golondrinas eran casi tan imaginarias como los unicornios; pensaba en todo eso cuando una algarabía me hizo levantar los ojos y dejar de pensar para mirar, sólo. Eran tres y alborotaban haciendo círculos, de la fachada de un edificio hacia la dársena, como tres diablos traviesos; tres golondrinas inconscientes y locas que parecían reírse de mi estupidez. No sabían, sin embargo, que mi estupidez a veces no tiene límites y, a pesar de la mala luz y de la imposible empresa, saqué mi Canon de cien euros y apunté al cielo con el único resultado, tras varios disparos, de un puntito negro y borroso sobre un fondo gris claro. Una birria en sentido estricto.
Dejé de hacer el ridículo y seguí caminando mientras ellas continuaban muertas de risa con su baile atolondrado. Volví entonces a acordarme del padre de las greguerías y de aquel sugerente ejemplar que me encontré en una feria de libros usados en Madrid. Cartas a las golondrinas / Cartas a mí mismo, decía la sobrecubierta de aquel libro de la vieja colección Austral que acabó de imprimirse en febrero de 1962 y que yo me compré de inmediato por un par de euros; fue hace menos de tres años. Poco después de leerlo con placer, caminaba un día medio despistada por la Maestranza y me dije, convencida y melancólica: La verdad es que es una pena que ya no se vean golondrinas. Y mientras meneaba la cabeza con fastidio apagó mis pensamientos, casi llegando al jardín de San Carlos, la punta negra de una lanza en el cielo. Yo, que antes apenas miraba los pájaros, abrí los ojos sorprendida y se me llenó el cuerpo de primavera. ¿¡Es una golondrina!?, pensé como una tonta, porque una cosa es saber cómo es un pájaro y otra distinta es conocerlo. Y a mí entonces era como si me las estuvieran presentando a todas. Enchantée.
Y andando andando con mis recuerdos de estaciones pasadas, bajé hacia el castillo de San Antón, como el día de la gaviota patiúnica, y al poco tiempo de avanzar en paralelo a la escollera me encontré estos dos gatos rayados y curiosos, bonitos, y les dediqué la foto. Gatos, golondrinas, gatos, golondrinas... empecé a pensar como si hablase del día y de la noche. Y, de repente, me acordé. ¡Claro! O gato malhado e a andorinha sinhá. Uma história de amor, aquel librito tierno y amargo de Jorge Amado. Y acabé mi paseo sonriendo por dentro y recordando que durante muchos años, cuando aún no conocía a las golondrinas, no me gustaba la primavera.
P.D. Todavía anduve un poco más y me detuvo frente a un seto picudo un mirlo -tenía que ser un mirlo- que cantaba feliz en la copa. Pero eso es otra historia...
Dejé de hacer el ridículo y seguí caminando mientras ellas continuaban muertas de risa con su baile atolondrado. Volví entonces a acordarme del padre de las greguerías y de aquel sugerente ejemplar que me encontré en una feria de libros usados en Madrid. Cartas a las golondrinas / Cartas a mí mismo, decía la sobrecubierta de aquel libro de la vieja colección Austral que acabó de imprimirse en febrero de 1962 y que yo me compré de inmediato por un par de euros; fue hace menos de tres años. Poco después de leerlo con placer, caminaba un día medio despistada por la Maestranza y me dije, convencida y melancólica: La verdad es que es una pena que ya no se vean golondrinas. Y mientras meneaba la cabeza con fastidio apagó mis pensamientos, casi llegando al jardín de San Carlos, la punta negra de una lanza en el cielo. Yo, que antes apenas miraba los pájaros, abrí los ojos sorprendida y se me llenó el cuerpo de primavera. ¿¡Es una golondrina!?, pensé como una tonta, porque una cosa es saber cómo es un pájaro y otra distinta es conocerlo. Y a mí entonces era como si me las estuvieran presentando a todas. Enchantée.
Y andando andando con mis recuerdos de estaciones pasadas, bajé hacia el castillo de San Antón, como el día de la gaviota patiúnica, y al poco tiempo de avanzar en paralelo a la escollera me encontré estos dos gatos rayados y curiosos, bonitos, y les dediqué la foto. Gatos, golondrinas, gatos, golondrinas... empecé a pensar como si hablase del día y de la noche. Y, de repente, me acordé. ¡Claro! O gato malhado e a andorinha sinhá. Uma história de amor, aquel librito tierno y amargo de Jorge Amado. Y acabé mi paseo sonriendo por dentro y recordando que durante muchos años, cuando aún no conocía a las golondrinas, no me gustaba la primavera.
P.D. Todavía anduve un poco más y me detuvo frente a un seto picudo un mirlo -tenía que ser un mirlo- que cantaba feliz en la copa. Pero eso es otra historia...
2 comentarios:
Vaya, me parece increíble esta entrada... acabo de entrar en tu blog, y verás: son tantas las cosas, las sensaciones en este de las golondrinas.. Primero, para ponerte en situación, el jardín de san carlos, la maestranza, san ántón, el Parrote.. o parrote,claro: son mi infancia. Viví en La Maestranza toda mi infancia y juventud. Lo primero que recuerdo del día qeu estrené mis gafas de miope, con doce años, son las golondrinas en ese cielo enorme sin más edificios (vivíamos en un sexto piso frente al mar).
Desde de comienza marzo estudio el cielo esperando ver la primera.. este año llegaron muy pronto, creo recordar que fue un quince de marzo, suelen llegar por san josé a mi zona y siempre están en abril en todas partes.. Los gatos.. los gatos. ESte dos de mayo se murió el último de mis cuatro gatos.. tenía unos dieciocho años.. se llamaba voltio, aunque la más entrañable siempre fue ardora, una de las gatas, que murió con unos catorce años, de cáncer.. Bueno, no sé. Que es fantástico todo esto que cuentas.. Que as andorinhas escrevem em chinês... y tantas cosas... beijinhos
Bienvenida, pues, y gracias por el comentario. Siempre es un halago escribir y llegarle así a alguien.
Beijos
Y gracias por la visita, claro.
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